martes, 31 de agosto de 2010

Miércoles 22º del tiempo ordinario


En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban:
- «Tú eres el Hijo de Dios.»
Los increpaba y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo:
- «También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios; para eso me han enviado.»
Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Lucas 4, 38-44

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